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¿Qué es ser mandilón? Un viaje por la sumisión y el arte de ceder el poder en las relaciones

En las dinámicas de pareja, siempre ha existido un juego de poder que, en determinadas circunstancias, se torna en una lucha donde uno de los dos busca mantener un control desmedido. Y justamente, ahí es donde nacen los “mandilones”, aquellos hombres que, bajo el encanto de su pareja, ceden irremediablemente el poder. Volvamos la mirada hacia el significado y origen de este controvertido término, y adentrémonos en las consecuencias que puede acarrear.

La génesis del mandilón y su peculiar linaje

Decía María Antelma Tavizon, quien sin duda encarnaba la sabiduría popular, que un hombre podía ser sumiso a su pareja, pero había algo en la figura del mandilón que subyugaba y sonrojaba el espíritu. La palabra “mandilón” proviene del sustantivo femenino “mandil”, y su etimología nos habla de la sumisión de aquellos hombres que visten –casi literalmente– el delantal de su pareja, en una suerte de metáfora que alude al dominio femenino sobre el masculino.

Se trata de un término coloquial, pues el mandil es un objeto que tradicionalmente ha estado vinculado a las labores domésticas en manos de la mujer. De este modo, el hombre que es víctima del calificativo de “mandilón” ve en sí mismo un reflejo de su propia derrota, una señal de que ha sido doblegado por su pareja. No obstante, es apropiado mencionar que, en algunas culturas, como la chilena, donde se conoce como “macabeo”, el término adquiere un tinte más despectivo.

Características y síntomas de un mandilón en acción

Si uno quisiera observar de cerca a una especie en peligro de –quizá– extinción, bastaría con asomarse al abismo de la sumisión y contemplar al mandilón en su hábitat natural:

  • Siempre complaciente, siempre presto a buscar la aprobación de su pareja.
  • Siempre entregando su voluntad en aras del “amor”.
  • Son aquellos hombres que entregan sin medida sus contraseñas.
  • Permiten que su agenda sea manejada por su pareja.
  • Se rinden ante el dictamen de aquella que les dice cómo vestirse.
  • Cómo llevar el control del dinero.
  • Y hasta cómo respirar.
  • En suma: hombres totalmente dominados.

No es difícil reconocer a un mandilón en plena faena, pues hasta sus amigos son más amigos de ella que de él. Un mandilón ha sido testigo de cómo su mujer lo llama “gordito” en público y se ha visto obligado a pedirle permiso para tomarse una cerveza, mientras escucha con resignación cómo ella decide sobre sus gustos musicales, e incluso acepta que una mascota adquirida sea tratada como un hijo en común.

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La vida en el mandil: un paseo por la soga del ahogado

Se ha dicho que los mandilones son seres apacibles, que promueven la solidaridad y la unión en la pareja. Sin embargo, existe algo en su desmesura que resulta a la vez enternecedor y amargo. En medio de tanto sacrificio, me atrevería a decir que hay quienes disfrutan de esa dependencia y de esa sumisión, pero también quienes sufren en silencio y son esclavos de un amor desmedido.

Y he aquí un consejo para todo mandilón que se precie de serlo: si lo sientes, lo eres. Si te preocupa, házlo a un lado y corrige el rumbo. Pero si te gusta lo que haces, sigue adelante y deberás llevar la carga de asumir el título. Al fin y al cabo, como decía María Antelma: “cada quien arrastra su cruz”.

La enigmática seducción del hombre sumiso y su preludio a la redención

En mi juventud, me crucé con el eco de un hombre que no tuve la desdicha de conocer personalmente, pero del que dicen habría sido sumido tanto en la sumisión que pereció en medio de su propio ahogamiento. Su nombre: José Dolores, o simplemente “Pepe” para quienes lo conocieron. Pepe se vistió de mandil y se rindió a los caprichos de su amada, mas ello no le valió más que el oprobio de su entorno y la pérdida de su identidad. Su vida, al igual que sus contraseñas de Facebook y correo electrónico, no fue sino un triste y monótono murmullo de adecuación al yugo amoroso.

Sin embargo, antes de adjetivar despectivamente a los mandilones de este mundo, debemos preguntarnos: ¿quién no ha cedido alguna vez el poder en una relación? ¿Quién no ha experimentado el sabor agridulce de la sumisión amorosa? Si nos atrevemos a contestar con sinceridad, todos llevamos dentro un poco de ese mandilón que tanto criticamos, pues a fin de cuentas, todos hemos sido víctimas de la renuncia voluntaria del poder en nombre del amor.